Un cooperante europeo en zonas afectadas por inundaciones es secuestrado en Pakistán. Tras más de tres años sin libertad no le han matado sus captores, le han matado las bombas de los drones, ciegos, ávidos de muerte que no entienden de fronteras de países soberanos ni de los límites de la vergüenza. O quizás le ha matado el silencio diario que legitima esos ataques. Duelen aún más las disculpas hoy de los políticos de altos vuelos, un insulto a los miles de sin-nombre -‘daños colaterales’- que mueren bajo los drones desde hace una década en la frontera afgano-pakistaní.
*Texto Helena Cermeño Arquitecta doctorando miembro de Garam Masala Fotografía_ Sara Márquez
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